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Mi Cuba en Metrobús

La crisis existencial de los abrigos cubanos

La crisis existencial de los abrigos cubanos

Cuando los meteorólogos anuncian la llegada de algún frente frío, los cubanos dudan en desempolvar sus abrigos, pues temen que su caprichoso clima los estafe nuevamente.
Murió el 2006 y comenzó el 2007, y aún los cubanos esperan unas temperaturas que ameriten sacar su ropa de invierno del ostracismo en el cual languidecen, en el rincón más recóndito del ropero hogareño.
Así, mientras pasa el tiempo y generaciones de polillas y demás alimañas sobre su anatomía, los abrigos cubanos viven atormentados por angustiosas interrogantes existenciales: “¿Quiénes somos? ¿Para qué servimos? ¿Qué demonios pintamos en este país?”.
El desuso llega a ser ancestral: hay ancianos con abrigos de hace décadas, pero aún así los conservan, sin importar cuan raídos estén, o que tengan más retazos y costuras que Frankestein.
Pero sin dudas el cubano añora las bajas temperaturas, las desea, las vigila en sus termómetros y a la menor bajadita del mercurio sale a exhibir algún sweater deportivo, una elegante chaqueta o una profesional combinación de saco y corbata.
Total… poco les dura el glamour…
A los pocos minutos comienzan a maldecir al sol, la desenfrenada poda que deja sin árboles los paseos urbanos, esa sauna rodante eufemísticamente denominada transporte urbano, en fin… todo lo que conspire contra su esporádica elegancia o inhiba al esquimal frustrado que habita en ellos.
Muchos cubanos que estudiaron en los países ex socialistas de Europa evocan las nevadas que sufrieron cuando eran becarios, pero los gabanes y gorros de fieltro que conservan de entonces son demasiado para los tímidos “fresquitos” de aquí.
Cuentan los más viejos que en Cumbre, un villorrio del centro de Cuba, a principios del pasado siglo bajó tanto la temperatura que en las cornisas apareció escarcha.
Aunque ello fuera cierto, el poblado habanero de Bainoa sobresale por su microclima gélido, y es punto de referencia durante los ocasionales fríos, que –como dicen aquí- hacen “chiflar al mono”.
Otra peculiar expresión endémica es “volar el turno”, propicia y socorrida cuando refresca el ambiente, pues traducido al español castizo significa obviar el baño diario, ignorarlo, huirle al agua para, dicen, evitar una pulmonía o algo peor.
Y existen quienes beben un traguito de ron o alcohol barato para calentar el cuerpo y entrarle sin miedo a la bañera, ante la cruel disyuntiva de asearse o dormir fuera del tálamo matrimonial.

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