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Mi Cuba en Metrobús

ENCANTADORES DEL MAL

ENCANTADORES DEL MAL

   En diversos puntos de la geografía hindú existen personas, llamadas “encantadores”, que se especializan en hipnotizar serpientes y hacerlas bailar al son de su flauta. Aquí ocurre todo lo contrario: en Cuba existen serpientes que se especializan en hipnotizar personas y hacerlas bailar al son de su estafa.

   Los tropicales “encantadores del mal” superan ampliamente en número y descaro a los fakires hindúes, que si acaso reciben por su acto algunas rupias, calderilla de poca monta comparada con las sangrías monetarias que causan los buscavidas de La Habana.

   Arropados en lana bovina, estos lobos sonríen con sus colmillos chapados en oro y  le hacen creer a su “cliente-víctima” que están haciendo el negocio de sus vidas, con tarifas preferenciales incluso, “vaya, porque ustedes se ve que son gente noble, y para que no les roben por ahí los voy a ayudar”. Y como en efecto en Cuba gente noble y honrada es lo que sobra, los “encantadores” de casa hace su agosto sin demasiado problema.

   Recientemente escuché una historia digna de aparecer en ¿Jura decir la verdad?*. Una joven pareja, universitarios ambos, querían deshacerse de un vetusto fogón de gas, pues consiguieron otro relativamente nuevo. Para ello contactaron a unos individuos que, al descubrir que trataban con gente sin malicia ni conocimientos sobre fogones, masacraron solapadamente a los tórtolos.

   “Miren –les dijo el jefe- los fogones de la tienda no asimilan el gas de la calle, que es más grueso que el licuado, por eso hay que hacerle una adaptación. Yo por ese trabajo cobro entre 35 y 40 pesos convertibles, pero podemos llegar a un acuerdo. Les doy 30 pesos por el fogón viejo –que no los vale, pero voy a tirarles un cabo- y después ustedes, sin apuro, me pagan los otros 10 y ya tienen su fogoncito nuevo”.

   La pareja, lógicamente, dudó. En primer lugar no tenían idea del costo habitual de tal adaptación. En segundo lugar, cubanos al fin, sabían que los negociantes nunca pierden, y de pronto aparecía este a decirles con su tono pausado que quería ayudarlos, “porque nadie en la calle da facilidades de pago”. 

   Tras debatir un rato, decidieron aceptar la propuesta. El negociante les aseguró que habían tomado la decisión correcta y procedió a realizar el trabajo. Asombrada, la pareja constató que la tal adaptación consistía en taladrar las cuatro hornillas y la entrada de gas del horno: por esa bobería habían regalado su viejo fogón y tenían una deuda de 10 pesos convertibles (unos  250 pesos nacionales).

   Al día siguiente averiguaron mejor y descubrieron que el Estado hacía el arreglo de marras por 15 pesos nacionales, mientras por la calle valía, cuando más, de 5 a 6 pesos convertibles. Indignados por la estafa –y por su extrema candidez- los agraviados fueron a reclamarle al negociante, que ya no era aquel pausado y filantrópico negociador, sino un agresivo ente marginal que les manoteó descompuesto.

   “¿Cómo van a venir ustedes a cuestionar mi precio? Allá el que quiera hacerles ese trabajo por 15 pesos, yo tengo mi tarifa y ustedes la aceptaron”. Conscientes de su tremenda ingenuidad, la pareja aprendió la lección a un doloroso costo.

   Episodios como este son pan nuestro de cada día en la jungla urbana que es La Habana, donde nadie puede darse el lujo de ser “lento”, so pena de ser esquilado por estos cuatreros que luego comentan, entre cervezas y rones, sus hazañas diarias. 

   Antros como el Mercado Único de Cuatro Caminos, donde te roban una bicicleta en una esquina y en la otra te la venden, o los recovecos de Cocosolo, la Timba, Jesús María, San Isidro, Cayo Hueso, Fraternidad y Luyanó, son coto de caza para estos depredadores que quizás ignoran la fórmula de la relatividad o desconozcan al autor de la Gioconda, pero engañarían sin demasiado esfuerzo incluso al más docto de los eruditos.  

   Sin dudas, Cuba necesita nuevamente esa “carga para matar bribones” que reclamó el apasionado Rubén Martínez Villena hace ya casi ocho décadas, pero también que su pueblo, quizás el más instruido del mundo, no peque tanto de tonto ante los cotidianos “encantadores del mal”. 

* ¿Jura decir la verdad?: Programa humorístico de la televisión cubana, que narra cómo el pillo Chivichana tima semana tras semana al mismo trío de demandantes, con estafas cada vez más inverosímiles y cínicas.

1 comentario

Palestina -

espero que el del fogón no hayas sido tú!!!! es más, te vendo una parcelita de tierra en Miramar..te cuadra?